ORACION AL DIOS DE LA ENCARNACIÓN
“¡Señor,
cuántas maravillas me revelas en este misterio! ¡Cuánta sabiduría y amor en tu
actitud hacia tus pobres creaturas!
¡No puedo más
que gritar: Amor y gratitud a ti, Padre eternamente bendito, que no has
abandonado a tus creaturas después del pecado y no las has dejado morir
eternamente, sino que has enviado a la tierra a tu adorable Hijo para
salvarlas!
Amor y
gratitud a ti, oh Verbo eterno, imagen consustancial del Padre, que para la
gloria de tu Padre y la salvación de los hombres, has consentido venir a la
tierra, en medio de nosotros, a pesar de los sufrimientos, los desprecios y la
muerte ignominiosa que te esperaban.
Amor y
gratitud a ti, Espíritu Santo, amor del Padre y del Hijo, que has preparado y
anunciado este gran misterio sobre la tierra y has santificado a la Virgen
María para ser el santo tabernáculo donde debía residir el Verbo eterno.
Y tú, Virgen
María, escogida por Dios para ser el instrumento de su misericordia, recibe el
homenaje y los saludos respetuosos que te ofrezco en unión con el ángel
Gabriel, tú que, por tu humildad y pureza, has atraído la mirada del Altísimo y
nos has dado la salvación.
Para entrar en
el dinamismo de este divino misterio, te pido, Padre santo, que pongas en mí
una santa compasión hacia los pobres pecadores y no me dejes llevar por la
indiferencia o la frialdad hacia ellos.
Te pido, oh
Verbo hecho carne, que me concedas la entrega y el celo por las almas que te
han llevado a descender de lo alto del cielo y a aceptar por nuestra salvación
humillaciones, sufrimientos y muerte.
Y tú, Espíritu
de amor y de fuerza, pon en mí esas bellas virtudes de humildad y de pureza que
has puesto en María y que han elevado a María a la dignidad de Madre de Dios,
de manera que mi corazón se convierta en un tabernáculo más santo, más digno de
aquél a quien tengo la dicha de recibir en la santa Eucaristía”.
Antonio
Chevrier
(Le
chemin du disciple et de l’apôtre, 135-136)