CRUZAR EL PUENTE
FUENTE
DE ESPIRITUALIDAD
EVANGELIZAR A LOS POBRES, FUENTE DE ESPIRITUALIDAD
. Estamos intentando vivir y verificar la
convicción central de la Asamblea 2013: La
evangelización de los pobres, fuente de espiritualidad. Pedimos el don de “una
fuerte espiritualidad arraigada en la misión”. Decíamos en el documento final
de nuestra última Asamblea: “Si el sacerdote del siglo XXI no vive una fuerte
espiritualidad arraigada en el encuentro con Jesucristo en la Iglesia, corre el
riesgo de disolverse en una religiosidad ética o intelectual”. “Una fuerte
espiritualidad cualifica la acción pastoral y el ejercicio evangelizador se
convierte en fuente de espiritualidad”. El ejercicio concreto del ministerio
entre los pobres no es solamente un encargo, un quehacer importante, sino una
gracia, la ocasión de un don.
. El curso pasado subrayábamos que la misión entre los pobres brota del encuentro con Jesucristo. El encuentro con
Jesucristo nos constituye y nos provoca. Decíamos que todo encuentro honesto
con Jesucristo tiene consecuencias apostólicas: nos sitúa en el Pueblo de Dios
a la manera de Jesucristo Buen Pastor y nos empuja a cruzar el puente.
. Este año hemos dado un paso más. El
encuentro con Jesucristo y la evangelización de los pobres acontece en el
corazón de la Iglesia y nos redescubre a la Iglesia como don y como sujeto
primordial. La Iglesia es la comunidad de los que se han dejado encontrar y
congregar por Jesucristo. La Iglesia confiesa que Jesucristo es el don del
Padre para la vida del mundo. La Iglesia hace permanentemente referencia a
Cristo como don, convirtiéndose ella misma en don para la humanidad. Este año
confesamos con toda la Iglesia que La Iglesia, en
sus diferentes manifestaciones, es don de Dios para los pobres y para nosotros.
“APOYAOS SIEMPRE EN JESUCRISTO Y EN LA IGLESIA”
. Cuando Juan Pablo II beatificó a Antonio
Chevirer nos dijo solemnemente a todos los pradosianos: “Apoyaos siempre en Jesucristo y en la Iglesia… Debéis tomar iniciativas e
ir al encuentro de los que están lejos. Pero no podemos olvidar que vamos en
nombre de Cristo y de la Iglesia… Queridos amigos, amad la Iglesia como A.
Chevrier, trabajad con la Iglesia, para la Iglesia. No hay discípulos ni
testigos fuera de la Iglesia” (7 octubre 1986).
. Tenemos que reconocer que nuestra relación con la Iglesia no siempre ha sido serena y gozosa. Tenemos que reconocer con
humildad que en algunos momentos nos hemos sentido orgullosos de Jesucristo y
avergonzados de la Iglesia.
También hemos podido constatar con dolor que
cuando se ha querido separar a Jesucristo de la Iglesia se ha terminado
prescindiendo también de Jesucristo.
. Muchos de
nosotros nos hemos ido reconciliando poco a poco con la Iglesia. La Iglesia ha ido pasando
de ser un estorbo en nuestra tarea a ser percibida como madre y garante de
nuestro ministerio; de ser algo de lo que nos costaba hablar a ser anunciada
como una gracia; hemos ido pasando de considerarla una comunidad a reformar por
nosotros a reconocernos discípulos de esa Iglesia en el seguimiento de
Jesucristo. Hemos ido pasando de mirar a la Iglesia desde fuera a contemplarla
como nuestra familia y como la madre que nos ha engendrado en la fe y de la que
tenemos mucho que aprender. Hemos ido aprendiendo a contemplarla como misterio,
como realidad que nos desborda y nos supera, pero como realidad que viene del
cielo y por donde fluye la salvación.
. Es un
recorrido que seguimos haciendo; seguramente nuestra comprensión de la Iglesia es incompleta, no es
aún lo que el Espíritu espera de nosotros; seguramente es necesario seguir
purificando nuestra lectura y comprensión de la Iglesia. Por eso, son muy
acertadas estas palabras del número 39 de nuestras Constituciones: “Acogiendo
igualmente la vida de la Iglesia, descubrimos el rostro con
que hoy Cristo se da a conocer. Impulsados por el Espíritu, mantendremos
nuestro esfuerzo por profundizar el misterio de la
Iglesia
a través de la oración y el ejercicio del ministerio”. También por medio de la
Iglesia Cristo nos revela su rostro. Necesitamos descalzarnos una y otra vez
ante el misterio que la Iglesia acoge y transparenta.
. Además, nosotros somos presbíteros, es
decir, servidores y constructores de la comunidad cristiana en nombre de
Jesucristo y de la Iglesia. Formamos parte de la Iglesia y hemos sido colocados
al frente de una comunidad cristiana para que toda ella dé los signos del
Reino. Somos pastores del Pueblo de Dios en nombre del Buen Pastor y en nombre
de la Iglesia. Algo tenemos que ver con el rostro actual de la Iglesia.
“PROFUNDIZAR EL MISTERIO DE LA IGLESIA” (Const 39)
Sobre la Iglesia se proyectan hoy miradas
muy diferentes, que también van influyendo en nosotros y que es necesario
purificar y evangelizar. Podríamos parafrasear aquel famoso refrán y decir:
“dime cómo miras a la Iglesia y te diré quién eres como cristiano y sacerdote”.
a) Muchos hombres y mujeres de nuestro
tiempo se acuerdan de la Iglesia cuando tienen problemas. Perciben a la Iglesia
como una sociedad benefactora, samaritana con los heridos y víctimas del
camino de la vida. Hay algunos que pretenden legitimar la existencia de la
Iglesia por sus obras de caridad. Algunos dicen que la Iglesia es la ONG más
eficaz y más universal de la tierra, capaz de acoger y ayudar a todos sin
distinción.
b) Otros perciben a la Iglesia
como la guardiana de la moralidad, como la que permanentemente nos
recuerda lo que está bien y lo que está mal. La gente percibe que la Iglesia
está empeñada en que nuestros comportamientos sean conformes a la moral, una
moral quizá muy anclada en el pasado. La Iglesia es percibida como la que sobre
todo se preocupa por la moral, y como nadie consigue vivir siempre moralmente,
la Iglesia aparece como antipática, porque pone al descubierto nuestras
contradicciones y limitaciones. Y cuando aparece el pecado en su seno, los
demás se escandalizan y la tratan de farisea (predica una cosa y lo que vive es
bien distinto).
c) Algunos hombres de nuestro
tiempo perciben a la Iglesia como un lastre, como un freno frente al
progreso imparable de la humanidad; soportan a la Iglesia como un mal
inevitable y desearían que cada vez influyera menos en la sociedad. La Iglesia
no es percibida por algunos como amiga del hombre, como experta en humanidad,
como compañera de camino, como dadora de sentido, como la casa donde los pobres
se ponen de pie y toman la palabra, como don del cielo…. Para algunos
contemporáneos nuestros poco bueno, noble y justo se puede esperar de la
Iglesia.
La
fidelidad a la Iglesia, sobre todo cuando su condición de pecadora se
manifiesta escandalosamente, es una dura cruz con la que hemos de “cargar
alegre y amorosamente” Cf. Const 10).
d) La Iglesia es percibida de
una u otra manera según el contexto sociológico. En Occidente la Iglesia
es vista como una reliquia del pasado, como una minoría decreciente, cada vez
menos influyente, envejecida, con escasez de vocaciones, con muchas
dificultades para transmitir la fe a las nuevas generaciones… En cambio, en
Asia, Africa, América Latina la Iglesia es percibida como agua fresca, goza de
una gran autoridad moral y la mayoría de los indicadores son positivos.
e) En una sociedad tan
mediática como la nuestra, influye mucho la imagen de la Iglesia que
proyectan los medios de comunicación social. Aunque el Papa Francisco suele
gozar de muy buena prensa, la Iglesia sigue siendo una de las instituciones
peor valoradas por nuestra sociedad. Muchos de nuestros contemporáneos ya no
tienen una relación personal y directa con la Iglesia; hablan de la Iglesia “de
oído”, según lo que otros les cuentan por esta o aquella pantalla..
“LA SALIDA MISIONERA, PARADIGMA DE TODA OBRA DE LA IGLESIA” (EG 15).
. “Así como el Hijo Amado,
movido por el Espíritu Santo, ha salido del Padre para anunciar la buena
noticia a los pobres encarnándose entre los últimos y descendiendo hasta los
infiernos, del mismo modo los enviados del Enviado recorren de nuevo el camino
del Exodo: salen a las periferias desde el corazón de la Trinidad, comparten la
vida con los más pobres y les anuncian a Jesucristo” (Asamblea 2013).
. Esa Iglesia que nace del
encuentro con Jesucristo, que confiesa a Jesucristo como su Señor, que anuncia
a Jesucristo como el único tesoro del que dispone, esa Iglesia está también
invitada a cruzar el puente, a cruzar a la otra orilla. Es un don de Dios que
quiere llegar hasta los infiernos de la humanidad.
. Ha hecho fortuna esa expresión “cruzar el puente, pasarse a los bárbaros”. No es –creo- una
expresión que utilizara Chevrier, sino una expresión formulada por J. François
Six en su biografía del fundador del Prado. Es una expresión simbólica muy
afortunada porque expresa muy bien el dinamismo
espiritual y pastoral de la Iglesia y de Antonio Chevrier. “La salida misionera es el paradigma de toda obra de la Iglesia” (EG 15). No nos cansamos de
repetir que la Iglesia y la vida cristiana es misterio de comunión y misión; la
Iglesia existe para evangelizar, para salir, para cruzar puentes. El P.
Chevrier decía con rotundidad: “Iré en medio de ellos y viviré su propia vida;
esos niños verán más de cerca lo que es el sacerdote, y les daré la fe” (VD
330).
. Cruzar el puente no es un acto de
voluntarismo o generosidad, sino un acto de obediencia y
colaboración con el Espíritu; una decisión que brota como de su fuente natural del encuentro con
Jesucristo. Son, precisamente, los santos los que más brechas han abierto, los
que más puentes han cruzado, los que han resultado a la postre los más
innovadores y creativos. También en el terreno de la creatividad pastoral, “si
el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles; si el Señor no
guarda la ciudad, en vano vigilan los centinelas” (Sal 126).
. Dicho de otro modo: es la perseverancia en el estudio de nuestro Señor Jesucristo en el
corazón de la Iglesia lo que convierte a un sacerdote o a una comunidad
cristiana en un apóstol creativo y fecundo a los ojos de Dios. Porque
Chevrier estaba profundamente inmerso en el Evangelio y en la Iglesia, por eso
se fue convirtiendo en un sacerdote creativo y fecundo en su acción pastoral.
Porque la comunidad del Prado estaba cimentada sobre Jesucristo pudo
convertirse en una comunidad sanante y los habitantes de La Guillotière
pudieron intuir lo que una comunidad cristiana podía dar de sí. El número 3 de
nuestras Constituciones dice: “Antonio Chevrier se sintió llamado a unirse a
otros… para anunciar a los pobres la Buena Noticia del Reino y hacer visible en
medio de ellos una comunidad cristiana”.
. Se pueden cruzar los puentes ya
construidos, pero cuando los puentes no existen o han sido dinamitados, lo que
toca es tender puentes, construir puentes. A eso se refiere la
palabra pontífice. El sacerdote es pontífice, constructor de puentes, el que
conecta orillas distintas y separadas. Una y otra vez es necesario “pasar a la
otra orilla”, a la orilla donde se encuentran los hombres y mujeres de hoy.
Son interpelantes esas palabras
reiteradamente repetidas por el papa Francisco: “Prefiero una Iglesia
accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia
enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades”
(EG 49).
GRATITUD Y CONVERSIÓN
Ante el misterio de la Iglesia nos
reconocemos, por una parte, profundamente agraciados y, por otra, profundamente
interpelados.
Nos reconocemos agraciados y agradecidos
porque la Iglesia nos ha regalado a Jesucristo. “Bendito sea Dios, Padre de
nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en Cristo con toda clase de
bendiciones espirituales en los cielos” (Ef 1,3).
Pero, a la vez, nos reconocemos intensamente
llamados a la conversión personal, pastoral e institucional. Tenemos ante
nosotros unos retos nuevos, a los que hemos de encontrar la respuesta adecuada.
El documento final de nuestra última Asamblea
está atravesado por una profunda gratitud y por una fuerte llamada la
conversión. El documento final es consciente de la necesidad de reforzar el
dinamismo misionero de nuestros grupos y comunidades; procura hacer una mirada
teologal-creyente sobre la Iglesia; esa mirada encuentra motivos de peso para
la gratitud, pero también motivos para la autocrítica y la conversión. Escojo
dos constataciones y dos llamadas.
Constataciones:
-
“Constatamos con gratitud que
nuestras comunidades cristianas se van poco a poco transformando evangélicamente;
muy a menudo nos sorprende la acción del Espíritu Santo en ellas. Ese mismo
Espíritu nos alienta a seguir construyendo comunidades pobres, sanantes y
liberadoras y ayudándolas a crecer como escuelas de espiritualidad en la misión
de evangelizar a los pobres”. El protagonista de la vida de nuestras
comunidades eclesiales es el Espíritu Santo; y el Espíritu no descansa. Cuando
nosotros intervenimos, Él nos ha precedido y nos acompaña en nuestras tareas.
“Nadie puede decir Jesús es Señor si no es bajo la acción del Espíritu Santo”
(1Cor 12,3).
-
“En la presente situación de crisis, las
comunidades eclesiales han reforzado el
ejercicio de la caridad. Muchos bienes materiales y muchas personas se han
movilizado al servicio de los más necesitados. Ha sido una reacción necesaria
para paliar la escasez de muchos, pero sentimos una invitación a pasar de “dar
cosas” a compartir con los pobres la
perla preciosa que es Jesucristo (cf. Mt 13,46). Entendemos con la Iglesia
que “la mayor obra de caridad es precisamente la evangelización… la
evangelización es la promoción más alta e integral de la persona humana… es el
anuncio de Cristo el primer y principal factor de desarrollo” (Benedicto XVI,
Mensaje Cuaresma 2013). El tesoro de la Iglesia no es su potencial caritativo,
sino el nombre de Jesucristo (cf Hech 3,1s). ¡Ojalá podemos decir con Pedro: No
tengo ni oro ni plata… en nombre de Jesucristo echa a andar!
Llamadas:
-
“La evangelización de los pobres
es fuente de espiritualidad para el sacerdote, pero también lo es para las
comunidades a las que es enviado. Por eso, estamos muy atentos a la
construcción de comunidades
eclesiales significativas (cf. Constituciones 28) donde se
pueda experimentar que el Evangelio se cumple hoy y que la evangelización de
los pobres es fuente de gracia”. Nuestras comunidades eclesiales tienen una
misión que les sobrepasa: significar aquí y ahora que con Jesucristo “la ciudad
se llena de alegría, con Jesucristo llegan los cielos y la tierra nuevos.
-
“(Llamados a) Construir comunidades cristianas sencillas donde los pobres “se sientan como
en su casa” (NMI 50) y los pastores podamos entonar un cántico de alabanza porque
los pobres son reconocidos y amados, sus heridas comienzan a ser curadas, toman
la palabra y comienzan a ser sujetos”. Jesucristo nos envía en su nombre a
construir comunidades eclesiales donde los pobres ocupen el lugar preferente.
Lamentablemente solemos tener a los pobres a la puerta de nuestros templos,
pero no sentados a la mesa de la Eucaristía.
LOS PUENTES EN LAS PARÁBOLAS DE JESUS
. Podemos contemplar la vida y la misión de
Jesús como un permanente cruzar el puente: desde el corazón del Padre hasta las
entrañas de la humanidad; desde el exclusivismo judío a la apertura universal;
desde la ley a la misericordia... Cruzar el puente es el camino que Jesús
recorre diariamente. Todo en Jesús responde a un dinamismo de éxodo, de salida,
de envío, de cruzar a la otra orilla... En la intimidad del Padre, Jesús va
descubriendo cada vez con mayor claridad su identidad y su misión; el encuentro
diario con el Padre le revela su identidad – Tú eres mi Hijo amado en quien yo
me complazco- y le provoca a la misión. Hay una profunda relación entre
identidad y misión. El Hijo es el Enviado del Padre a cruzar todos los puentes
para regalar a los pobres de la tierra la ternura entrañable del Padre. Por los
caminos de Palestina, Jesús regala a los hombres el amor incondicional que Él
recibe del Padre.
. En la Encarnación Jesús cruza el puente
que une la divinidad y la humanidad, el cielo y la tierra, la eternidad y la
historia, la gloria del Padre y la pobreza de los más humildes. En la
Encarnación Jesús cruza el puente entre el cielo y la tierra para hacerse
presente y cercano. El amor no soporta la distancia y la desigualdad. Toda obra
de la salvación comienza en el misterio de la Encarnación.
. Pero quizá donde mejor se plasma la
decisión de Jesús de cruzar el puente es en las parábolas. Como bien sabemos,
las parábolas no son un simple recurso pedagógico para captar la atención de
los oyentes, sino que son palabras dichas en momentos de conflicto, en momentos
de tensión; la tensión que provoca la misericordia de Dios en un mundo sin
entrañas; el conflicto que provoca la iniciativa misionera de Jesucristo y la
resistencia de los judíos.
Durante su vida pública Jesús va cruzando
una y otra vez:
-
el puente de la persona, de la relación (Lc 10,29), de la libertad
-
el puente de la misericordia con el pecador, el pobre, el extranjero,
la oveja perdida…
-
el puente de la presencia en los no-lugares, la opción preferencial por
los pobres…
-
el puente de la esperanza en las capacidades del hombre habitado por la
gracia (hasta “el ciento por uno”)
-
el puente de la gratitud y la gratuidad
-
el puente de la fiesta y el banquete de bodas.
. La parábola del Hijo Pródigo (Lc 15,11-32)
es la parábola de las parábolas, la parábola del Padre de la misericordia, la
parábola del amor desbordado. Es una parábola ejemplar: aparece el Padre de la
misericordia entrañable, el hijo que reniega de su padre, el hijo perdido y
humillado, el difícil retorno, la acogida gratuita, el gozo del reencuentro, la
mesa de la filiación y la hermandad, la fiesta…
El hijo pequeño experimentó que se puede
vivir sin Padre, pero que se termina viviendo mucho peor. El hijo pequeño
descubrió con sorpresa que su padre le estaba esperando y que al verle “se le
conmovieron las entrañas, se abrazó a su cuello y lo cubrió de besos”. Jesús
les dice a los escribas y fariseos: así es mi Padre del cielo, así es el Reino
que yo predico e inauguro; no seáis como el hermano mayor; dejaos ganar por la
misericordia. Abrid la puerta a la misericordia, que no sois esclavos sino
hijos, que no sois enemigos sino hermanos. Dejad a Dios ser Dios, dejad al
Padre que muestre su misericordia entrañable. Comprended que como un padre de
la tierra siente ternura por sus hijos, así siente Dios ternura por los hombres
y mujeres de la tierra. Con esta parábola Jesús explica que no ha venido a
buscar a los sanos sino a cruzar el puente de los enfermos; no ha venido a
ajustar las cuentas con los pecadores, sino a cruzar el puente para regalarles
el evangelio de la misericordia. Con la parábola del padre de la misericordia
Jesús proclama que el mal del mundo sólo se cura a base de amor, que la vida es
don, que la gracia es más poderosa que el pecado. Jesús da testimonio de que
Dios Padre no para de cruzar el puente de la misericordia. El hombre peca, pero
felizmente Dios es fiel.
Con sus parábolas y su vida, Jesús descoloca
a propios y extraños (p.e. el lavatorio de los pies): este modo de hablar y de
proceder es nuevo; nunca hemos visto una cosa igual. Jesús invita a pasar de la
orilla de la religión y de la ley a la orilla de la fe y la misericordia.
. Llegado el momento de la verdad, Jesús
“toma la decisión de subir a Jerusalén”, de cruzar el puente de la cruz y la
muerte, el puente del amor hasta las últimas consecuencias. En fidelidad al
Padre y por la salvación de los hermanos, Jesús sube a Jerusalén. “Que no se
haga mi voluntad sino la tuya”. “Nadie me quita la vida, sino que yo la entrego
libremente”
. Y en la oscuridad del sepulcro, Jesús es
resucitado por el Padre y cruza definitivamente el puente de la muerte a la
vida. Lo que parecía derrota se convierte en victoria definitiva, lo que
parecía final se convierte en inicio. “Mirad que realizo algo nuevo; ya está
brotando, ¿no lo notáis?”
Nos corresponde dejarnos llevar por ese
dinamismo de salida, de envío que articula toda la vida de Jesucristo.
PABLO Y LOS PUENTES
El encuentro inesperado de Saulo con Jesucristo, camino de
Damasco, le lleva a cruzar sucesivos puentes:
-
De
la autosuficiencia a la humildad (consulta, colaboración)
-
De
la persecución de los cristianos a la confesión de fe en Jesucristo
-
De
los terrenos trillados a constructor y formador de Iglesias allí donde el
nombre de Jesús no había sido pronunciado.
El
encuentro de Saulo con Jesucristo es un momento crucial que cambia radicalmente
la orientación de su vida. Sus antiguos hermanos judíos no se lo perdonarán,
pero sus nuevos hermanos cristianos no acaban de fiarse de él. Pablo se
encuentra prácticamente en “tierra de nadie” hasta que Bernabé cruza el puente de
lo seguro y asocia a Saulo a la misión en Antioquía (Hch 11,25-26).
22
Llegó la noticia a oídos de la Iglesia de Jerusalén, y enviaron a Bernabé a
Antioquía; 23 al llegar y ver la acción de la gracia de Dios, se
alegró y exhortaba a todos a seguir unidos al Señor con todo empeño, 24
porque era un hombre bueno, lleno de Espíritu Santo y de fe. Y una multitud
considerable se adhirió al Señor.
25
Bernabé salió para Tarso en busca de Saulo; 26 cuando lo encontró,
se lo llevó a Antioquía.
Durante todo un año estuvieron juntos en
aquella Iglesia e instruyeron a muchos.
Fue en Antioquía donde por primera vez los
discípulos fueron llamados cristianos.
Pablo es el gran apóstol de todos los tiempos. Desde su
encuentro con Jesucristo Resucitado en el camino de Damasco, Pablo se
transforma y recorre varias veces el Mediterráneo anunciando que bajo el cielo
sólo se nos ha dado el nombre de
Jesucristo para salvarnos. El contexto es el paganismo y el helenismo; en ese
contexto es capaz de formar comunidades cristianas llenas de vitalidad.
-
Pablo
confiesa una y otra vez el protagonismo
y la iniciativa de Dios y se reconoce humilde colaborador.
Es Dios el que ha tomado la iniciativa para constituir un
pueblo de convocados y agraciados; colaborar con la iniciativa y los modos de
hacer de Dios es la misión del apóstol. “Muchos de esta ciudad son discípulos
míos” (Hech 18,10) Pablo sabe bien quién es y cuál es su misión
-
Para
el apóstol Pablo es “una cuestión de honor no anunciar el Evangelio más que
allí donde no se haya pronunciado aún el
nombre de Cristo, para no construir sobre cimiento ajeno; sino como está
escrito: Los que no tenían noticia lo
verán, los que no habían oído comprenderán” (Rom 15,20-21)
-
Pablo
y la opción preferencial por los pobres
En una sociedad tan clasista la
universalidad de la misión se convierte en opción preferencial por los pobres
(“me debo por igual a civilizados y a no civilizados, a sabios y a ignorantes”
(Rom 1,14), “ya no hay judío y griego, esclavo y libre, hombre y mujer, porque
todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gál 3,28).
ANTONIO CHEVRIER
. Antonio Chevrier no es un intelectual, una
mente preclara que tuviera en la cabeza un modelo renovador de la Iglesia, un
modelo más evangélico de presbítero, un proyecto preciso para evangelizar a los
pobres.
El Padre Chevrier es un cristiano y un
sacerdote que se toma muy en serio el conocimiento y la escucha de Jesucristo;
. es un pastor a quien le conmueve la
contemplación del misterio de la Encarnación y que desea entrar en ese
dinamismo de kénosis y abajamiento;
. es un pastor que se sobrecoge ante el
misterio de un Dios que se achica, se encoge en el pesebre; “cuanto más pobre
se es, más vida se da”;
. es un pastor entregado que va descubriendo
en el ejercicio diario de su ministerio el camino apostólico a recorrer, los
nuevos puentes a cruzar.
Chevrier cruza el puente, en primera
instancia, porque el obispo de Lyon le nombra vicario de la parroquia de Saint
André. Le envía la Iglesia y él mismo desea y busca ese nombramiento. Su
familia había hecho el trayecto a la inversa; su madre siempre se mostrará
contrariada por la voluntad de su hijo de estar y enraizarse en la Guillotière.
A menudo, tampoco nuestras familias acaban de comprender nuestro empeño por
descender y echar raíces entre los pobres.
Chevrier es un sacerdote inquieto, ávido de
hondura y radicalidad evangélica; cada luz recibida de Dios –inundaciones,
testimonio de pobreza del laico Camilo Rambaud, experiencia de Navidad- se
traducirá en una decisión pastoral. Podríamos decir que no paró de cruzar
puentes, no paró de tomar decisiones en obediencia al Espíritu y como respuesta
a lo que veían sus ojos y su corazón. Su firme adhesión a Jesucristo, labrada
artesalmente cada día en el Estudio de Evangelio, le hizo pastoralmente muy
creativo.
El encuentro renovado con Jesucristo es un
acicate pastoral permanente para Chevrier. No basta con ser un buen sacerdote;
se siente llamado a ser un sacerdote radicalmente pobre; abandona la parroquia
de S. André y se va a la Ciudad del niño Jesús. No basta con la Obra de la
Primera Comunión; intuye la urgencia de formar apóstoles pobres para
evangelizar a los pobres; intuye un modo nuevo de ser sacerdote entre los
pobres y acepta la parroquia de Moulin à Vent para irlo verificando.
Cuando a Chevrier le dejan solo por
diferentes razones los primeros sacerdotes que él había formado con tanto
esmero, Chevrier pasa un mal trago, pero comprende que tiene que cruzar el
puente de la expropiación total: no quiere construir su obra personal, sino la
obra de Dios. “Id con Dios a la Trapa; yo también me iría de buena gana; buena
falta me hace para purgar mis pecados… pero no me iré porque formar catequistas
pobres para evangelizar a los pobres me parece la necesidad más urgente del
momento”
LAS TRAVESÍAS DEL PUEBLO DE DIOS
. La peregrinación, el camino es un icono de
la vida cristiana. El cristiano es la persona que se ha encontrado con
Jesucristo y que ha emprendido un camino desde su orilla a la orilla de
Jesucristo.
La Iglesia es por naturaleza un pueblo de
peregrinos. No tenemos aquí patria definitiva, salimos un día de la casa del
Padre y vamos de camino hacia la casa del Padre.
La peregrinación es una cuestión personal y
comunitaria a la vez. Es cada uno el que peregrina y el que reconoce la
dificultad del camino; pero es un camino en comunidad, con otros.
El papa Francisco nos invita a una
conversión personal, pastoral e institucional tras aquel “que inició y completa
nuestra fe” (Hb 12,2).
Nos vamos a fijar en cinco puentes que el
Espíritu nos invita a cruzar como Pueblo de Dios.
a)
El puente del “kairós”
Cuando miramos nuestras comunidades
eclesiales y las vemos tan frágiles, tan envejecidas, tan reducidas… nos cuesta
creer que estemos ante un nuevo Pentecostés. A veces nos cuesta creer que Dios
sigue activo en ellas, nos cuesta reconocer en ellas las huellas del Espíritu
de Dios. Nos cuesta creer que “ahora es el tiempo de la gracia, ahora es el día
de la salvación”.
Pero, el presente de la Iglesia y del mundo
no es un tiempo maldito, sino un tiempo de gracia y salvación. Dios está activo
en el corazón de la Iglesia y del mundo. Tenemos que afinar la mirada y
contemplar lo que Dios ya está haciendo. “Dichosos vuestros ojos porque
ven”. Como en todas las épocas, Dios
convierte este tiempo tan ambiguo y contradictorio en historia de salvación.
Porque la historia de la salvación no se labra con la coherencia de los
creyentes, sino con la gracia y la iniciativa de Dios.
“Canta y camina”: con estas palabras animaba
S. Agustín a su comunidad a pasar del lamento a la alegría. Somos un pueblo que
narra y cuenta sin cesar las maravillas de Dios. La alegría y la alabanza son
signos distintivos de una vida de fe; la lamentación no puede ser el estado
habitual de una comunidad cristiana. “Que la esperanza os mantenga alegres”
(Rom 12,12).
Tanto Benedicto XVI como Francisco están
insistiendo en la alegría como fruto natural de la fe en Jesucristo.
El Año de la Fe convocado por Benedicto XVI
tenía dos objetivos principales: “Celebrar la alegría de creer y el entusiasmo
de transmitir la fe” (PF). “La alegría es una señal de gracia”.
Francisco ha titulado su exhortación
programática “La alegría del Evangelio”. “Con Jesucristo siempre nace y renace
la alegría” (EG 24).
Recordad que nuestra Asamblea del año 2008
giró en torno a “evangelizar a los pobres, fuente de alegría y esperanza”.
b)
El puente del “don”
No conviene olvidarlo: lo más valioso no es
lo que hacemos nosotros, sino lo que Dios hace; lo más valioso no es lo que
conquistamos con nuestras fuerzas sino lo que recibimos como don. “¿Tienes
algo, hermano, que no hayas recibido?” (1 Cor 4,7). Benedicto XVI nos invitaba
a “aprender a vivir del don de Dios”.
La religión busca la salvación en las buenas
obras; la fe recibe la salvación sin merecerla. Nadie se salva a sí mismo, ni
se salva por la coherencia de sus obras; nos salvamos por pura gracia de Dios.
La salvación es un don que se recibe gratuitamente y que se cultiva torpemente.
A menudo tenemos la mentalidad de
propietarios (yo con lo mío hago lo que quiero, yo con lo mío puedo comprar lo
que quiera…) y somos invitados a vivir el espíritu de los agraciados y
administradores.
Respetando escrupulosamente los derechos de
los demás, somos invitados a funcionar con la lógica del don: somos don
recibido y podemos ser don para los demás. “Lo que habéis recibido gratis,
dadlo gratis” (Mt 10,8).
La gratitud y la gratuidad fueron actitudes
muy presentes en la vida de Jesús; estamos permanentemente invitados a la
espiritualidad de la gratitud y la gratuidad.
c)
El puente de la “misericordia”
Dios es gracia y misericordia entrañable.
“Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rom 5,20). Dios nos salva
desde la misericordia, desde el amor incondicional, desde la gracia. “Cantaré
eternamente las misericordias del Señor”.
“En cuanto a vosotros, estabais muertos a
causa de vuestros delitos y pecados… Pero Dios, que es rico en misericordia y
nos tiene un inmenso amor, aunque estábamos muertos por nuestros pecados, nos
volvió a la vida junto con Cristo -¡Por pura gracia habéis sido salvados!-“ (Ef
2,1.4-5).
A todos nos gusta ser tratados con
misericordia, pero con cualquier excusa nos resistimos a la misericordia,
fácilmente nos refugiamos en la seguridad de la ley cuando la cosa se complica.
La ley es necesaria, pero su finalidad
principal, según el corazón de Dios, es la defensa del hermano más desamparado.
La novedad radical del Evangelio es la
misericordia y la ternura de Dios al alcance de todos, pero especialmente de
los más desamparados. ¿Qué hacía la Iglesia en el siglo XXI, qué hacían sus
sacerdotes?: amaban entrañablemente a los hombres y mujeres; convirtieron la
Iglesia en “hospital de campaña”.
Somos fruto de la misericordia de Dios y
sólo construimos la Iglesia desde la misericordia.
d)
El puente del “signo”
Juan llama “signos” a los milagros de Jesús;
signos de que el Reino de Dios está entre nosotros, signos de que han llegado
los tiempos definitivos. No eran intervenciones que acabaran con todos los
males del momento, sino intervenciones que significaban que la salvación había
llegado, que el Mesías había aparecido, que se inauguraban la tierra y los
cielos nuevos.
Felizmente, los signos tienen un profundo
valor profético. No lo arreglan todo pero proclaman que todo tiene arreglo; no
lo resuelven todo, pero adelantan lo que soñamos y esperamos. Son muy
inspiradas estas famosas palabras de Eduardo Galeano: “Son
cosas chiquitas. No acaban con la pobreza, no nos sacan del subdesarrollo, no
socializan los medios de producción y de cambio, no expropian las cuevas de Alí
Babá. Pero quizá desencadenen la alegría de hacer, y la traduzcan en actos. Y
al fin y al cabo, actuar sobre la realidad y cambiarla, aunque sea un poquito,
es la única manera de probar que la realidad es transformable”.
Nuestras comunidades cristianas, por el mero
hecho de existir, tienen un alto valor profético. Son bien humildes, no están
en ellas los poderosos de este mundo, pero cada vez que se reúnen significan y
proclaman a los cuatro vientos: hay salvación y un salvador, somos hermanos,
hay luz para nuestra oscuridad, hay pan para nuestra hambre, otro mundo es
posible…
La sensibilidad ante los signos nos educa en
la presencia salvadora de Dios en la historia y en la espiritualidad del grano
de mostaza y de la levadura en la masa. “Aquí solo vendemos semillas”.
e)
El puente del “lenguaje”
La palabra del hombre es, a la vez, valiosa,
pero profundamente ambigua. El Principito dice que “la palabra es fuente de
malentenidos”. La palabra del hombre es fuerte y poderosa: puede generar vida y
puede engendrar sufrimiento y muerte. Con nuestras palabras podemos hacer bien
y podemos hacer mucho daño. Somos responsables del uso de nuestras palabras.
Jesucristo es la Palabra, la Palabra que
escuchamos y la Palabra que anunciamos; la Palabra que nos fecunda y la Palabra
capaz de transformar el mundo.. Dios entra en diálogo con nosotros por medio de
Jesucristo, su palabra; todo lo que Dios quiere decirnos nos lo está diciendo
por medio de Jesucristo.
En comunión con el Padre, Jesús pronuncia
una palabra radicalmente nuevo; es la palabra creadora de los orígenes. Es la
palabra que crea, que cura, que perdona, que devuelve a la vida, que defiende a
las víctimas… es la palabra que habla de lo nuestro… “¿Quién es este? Este modo
de hablar es nuevo”
Somos la Iglesia de la Palabra, la Iglesia
de la escucha y la Iglesia del anuncio. No sabemos nada fuera de Jesucristo.
Somos invitados a una profunda revolución
del lenguaje; que podamos decir con Jesucristo en el corazón de nuestra
sociedad: “hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír”.
El documento reciente de los obispos
españoles, “La Iglesia, servidora de los pobres”, ¿es expresión de esa nueva
sensibilidad?
LAS TRAVESÍAS DEL PRADO HOY
La experiencia de la Iglesia, de Antonio
Chevrier y del Prado nos muestran que una fuerte adhesión a Jesucristo es
fuente de una gran creatividad pastoral. “Estamos convencidos de que una mirada
contemplativa sobre la vida, continuamente avivada y purificada en la oración,
es una fuente de conocimiento de Jesucristo y de dinamismo misionero” (Const 38). Quizá la falta de parresía pastoral en este cambio de
época sea un exponente de la debilidad de nuestra fe y de nuestra adhesión a
Jesucristo. En todas las épocas y en todos los contextos, son precisamente los
santos los que van abriendo brecha en la evangelización de los pobres.
a)
El puente del “barro”
“Hablamos mucho de los pobres y la
encarnación en medio de ellos, pero nos cuesta ser pobres” (Asamblea 2013).
Tenemos la tentación de hablar mucho de los
pobres, pero sin mancharnos de barro. Es urgente estar con ellos, compartir su
vida, cultivar su amistad, dejarnos afectar por la dureza de su vida, reducir
distancias, reconocerlos como cuerpo de nuestro cuerpo, embarrarnos con ellos y
como ellos… “Todo es según el dolor con que se mira.” Hemos de estar muy cerca
de los pobres para dejarnos impactar por su pobreza. Una de las características
de la pobreza del primer mundo es su invisibilidad. “Sólo le pido a Dios que el dolor humano no
me sea indiferente”
Antonio Chevrier es otro después de las
inundaciones; ha compartido el sufrimiento de los pobres y en ese sufrimiento
compartido, los pobres le han reconocido como uno de los suyos, como un igual.
Chevrier vuelve a su ministerio “por otro camino”.
“Seguramente, en la presente situación (de
crisis), estamos siendo requeridos a hacer una nueva experiencia de Dios y a
cruzar el puente como el P. Chevrier para compartir la vida de los más pobres y
seguir más de cerca a Jesucristo” (Asamblea 2013).
b)
El puente del “pesebre”
El ángel les dice a los pastores la noche de
Navidad: “Y esta es la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y
acostado en un pesebre”. Toda la grandeza de Dios nos sorprende en la pequeñez
y debilidad de aquel niño.
“Meditando la noche de Navidad sobre la
pobreza de Nuestro Señor y su abajamiento en medio de los hombres, tomé la
resolución…”
El verdadero ser cristiano brota de un
encuentro con la persona de Jesucristo (cf DCE 1). Y ese encuentro no acontece
de una vez para siempre, sino que ha de renovarse cada día.
La oración que brota de la fe cristiana se
caracteriza por el diálogo con el Señor, al que se reconoce como la fuente de
todo bien y de quien recibe su existencia como don, vocación y misión.
“En la contemplación diaria de Jesucristo,
el Evangelio y el Evangelizador, se nos van revelando los nuevos caminos de la
misión entre los pobres… La contemplación diaria de Jesucristo pobre permite al
presbítero reconocer a Jesucristo entre los pobres” (Asamblea 2013).
Sólo los contemplativos pueden transformar
la espesura de lo real.
Cruzar el puente no es un acto de
voluntarismo, sino la acogida humilde del dinamismo salvador que brota de la
contemplación del Enviado del Padre. Cruzar el puente sólo es posible como un
acto de amor y de obediencia al Enviado del Padre.
c)
El puente de la Iglesia
Dime cómo miras a la Iglesia y te diré quién
eres como creyente y como sacerdote. Necesitamos hacer una lectura teologal del
misterio de la Iglesia.
Cuando Antonio Chevrier se siente
fuertemente impactado por el testimonio de pobreza de Camilo Rambaud, se está
quitando las sandalias ante la Iglesia que descubre su misterio ante él.
Chevrier descubre que la Iglesia no es sólo una comunidad a reformar, sino una
madre que va por delante en el camino del seguimiento de Jesucristo.
La Iglesia fue no solamente el lugar de su
obra, sino la maestra y la que le ayudó a discernir las llamadas del Señor.
Tomar conciencia que somos Pueblo de Dios es
asumir en medio del mundo la nueva identidad que el Espíritu nos regala (cf 1
Ped 2,4-12), el sentido de pertenencia a la Iglesia. No me salvo; me salvan en
el seno del Pueblo de Dios. No es cuestión de si los demás me agradan o no,
sino de acogerlos como verdadero don de Dios. Uno no elige los hermanos en la
Iglesia, sino que los recibe como don.
d)
El puente de las iniciativas
misioneras
“La Asociación de los Sacerdotes del Prado
debe también, como institución, buscar y proponer iniciativas
misioneras en función de las necesidades de los pobres, con el fin de que el
Pueblo de Dios viva más el amor preferencial de Cristo hacia ellos” (Const 18).
Hemos de pasar de la queja a las propuestas, del lamento a las iniciativas
misioneras.
“Invito a todos a ser audaces y creativos en
esta tarea de repensar los objetivos, las estructuras, el estilo y los métodos
evangelizadores de las propias comunidades” (EG 33).
Antonio Chevrier no se limitó a trabajar con
fidelidad en las tareas encomendadas, sino que tomó decisiones e iniciativas
misioneras que ayudaron al conjunto de la iglesia de su tiempo.
e)
El puente de la “orientación
apostólica”
La vocación pradosiana es un don a la
Iglesia y al mundo del que nosotros hemos sido constituidos administradores. Y
a un administrador lo que se le pide es que sea fiel; no que sea perfecto, sino
que sea fiel. Y cuando yo soy fiel a mi vocación, los demás salen beneficiados.
La vocación pradosiana es un talento
precioso que Dios ha puesto a nuestra disposición; podemos enterrarlo o hacerlo
fructificar.
“En nuestras Iglesias locales contribuiremos
a que la persona de Cristo y su misión como Enviado del Padre sean la fuente de
un modo nuevo de comprender la misión y las
iniciativas apostólicas; contribuiremos igualmente a que las condiciones de vida de los pobres
y sus culturas sean un punto de referencia permanente para la acción pastoral, y a que todo el Pueblo de Dios ofrezca los signos del Reino” (Const
21).
El Prado no tiene un método pastoral propio
ni unas obras propias.
Pero seguramente de la vivencia honesta de
la vocación pradosiana se derivan acentos pastorales que pueden incidir en la
acción pastoral de la Iglesia diocesana:
-
El protagonismo del Espíritu Santo
-
El estudio diario de nuestro Señor Jesucristo
-
La pobreza voluntaria y los medios pobres
-
La preferencia por los no-lugares
-
El acento: La inspiración bíblica de toda la pastoral
-
El acento: La formación de apóstoles pobres para evangelizar a los
pobres
Seguramente, de una vivencia honesta de la
vocación pradosiana se derivarán decisiones pastorales novedosas.
Cruzar el puente es sobre todo un acto de
obediencia y colaboración con la iniciativa del Espíritu Santo.
Para la oración y el trabajo personal:
-
Hech 8,26-40:
¿Qué luces nos aportan
estos textos sobre los puentes a cruzar hoy como pradosianos?
Ponencia de Lucio Arnáiz, responsable regional del Prado d'Espanya
18 de maig de 2015